miércoles, 12 de agosto de 2015

¿Qué puedo hacer yo por la igualdad?

Llevo tiempo queriendo escribir sobre la mujer, la desigualdad de sexos y otras ideas referidas a la distinción de género pero no he sabido como transmitir mis pensamientos y seguramente, tampoco ahora lo oriente lo bien que debiera porque creo, que en lo más profundo de mí, siguen existiendo valores del patriarcado que nos gobierna pese a luchar constantemente contra él.

Voy a hablar en primera persona del plural refiriéndome a las mujeres, a nosotras. Esto no significa que yo haga o piense ciertas cuestiones o que las que lo leáis os deis por aludidas. No son generalizaciones banales pero tampoco son excepciones alejadas de la realidad que me rodea.

He sido siempre un poco rebelde a ojos de mis progenitores. Me he levantado contra aquello hacia lo que he estado en contra. He opinado cuando algo no me ha parecido bien. He participado en manifestaciones y protestas por causas que me han tocado la fibra. He discutido con familiares y amigos cuando he creído llevar la razón. Y me he implicado en proyectos con grupos humanos sin pensar si soy hombre o mujer. Esto me ha llevado en ocasiones a compartir mesa de trabajo solo con el género masculino o a estar en minoría en reuniones diversas. Sin embargo, he hecho oír mi voz y mi opinión como persona y como mujer. A veces ha podido parecer, como se dice coloquialmente, que me he salido del tiesto. Pero me gusta ser así, valorarme por mis capacidades y por las metas que aún me quedan por conseguir.

¿Qué quiero decir con todo esto? Pues que las mujeres debemos estar y participar en aquello que nos plazca. No nos tenemos que poner cortapisas mentales ni físicas. ¿Acaso un hombre rechaza el puesto de director de una empresa porque le supone muchas horas fuera del hogar familiar? ¿Y por qué la mujer se lo plantea y renuncia a sus sueños profesionales?

Hace pocos días leí una entrevista a Maribel Verdú en la que decía que estaba harta de que le preguntaran a ella y no a Luis Tosar por qué no quiere tener hijos. Pues eso es. ¿No debemos ser iguales ante las decisiones importantes de nuestra vida? La mujer es la que debe decidir sobre su maternidad (si la quiere) y como llevarla a cabo. Pero no, nos juzgan la familia, los amigos, los vecinos, los medios de comunicación, los compañeros de trabajo y hasta el gato porque nos dejamos, sin más.

Situación: Quedada para cenar de una mujer con sus amistades. Antes de salir se ha dejado preparada la cena para la prole, el pijama puesto encima de la cama y ha recogido el baño después de la ducha de los pequeños. Y entonces, solo entonces, es capaz de irse medianamente tranquila a cenar pero, eso sí, sin haberse arreglado mucho porque no ha tenido tiempo. ¿A alguien le suena esta escena? Me temo que a más de una sí. ¿Y por qué no somos capaces de salir por la puerta y decirle a nuestros maridos que se encarguen ellos de todo? Pues por lo que comentaba al principio, porque todavía tenemos interiorizados muchos valores patriarcales que no se van pasando el trapo del polvo.

Y la culpa… ¡como pesa la culpa! Si trabajas mucho resulta que “robas” tiempo a tu familia. Renuncias a avanzar en tu vida profesional porque tus hijos te necesitan. ¿Y qué pasa con el padre? ¿A él no lo necesitan? ¿Por qué las mujeres nos tenemos que sentir culpables por triunfar? En este apartado entrarían otros aspectos que legislativamente se deberían mejorar: bajas maternales más largas, más y mejores leyes de conciliación de la vida laboral y familiar,  más visibilidad del éxito femenino, etc.

Y como madres, tenemos una responsabilidad añadida, transmitirles a nuestros hijos e hijas que la igualdad se puede y se debe conseguir, que los estereotipos de género hay que dejarlos atrás. Y esto se tiene que empezar a conseguir en casa. Dejemos de ver a las niñas como personas tiernas, sensibles y cariñosas y a los niños como fuertes, valientes e independientes. Si un niño va mal en los estudios es por falta de esfuerzo; si es una niña, por falta de talento. ¿Esto qué es? Evitemos también frases que son como losas: “no vistas de rosa, que es de niñas”, “los niños no lloran”, “no juegues al fútbol que pareces una machorra”, “las niñas no dicen palabrotas”, “las niñas no juegan a las peleas”, “los niños no juegan con muñecas que se les cae el pito”,…. ¡uf! ¿no son terribles?



Las películas infantiles, los juguetes, el color de la ropa y las tareas domésticas no deben ser diferenciadas por género, por lo menos, por parte de los padres y madres. Es verdad que los medios de comunicación y el entorno social tienden a diferenciarlos pero para eso estamos los adultos, para educar en valores a nuestros hijos e hijas y para hacerles entender que hay cosas que aunque las digan sus amigos o la tele, no valen.

¿Y qué me decís del daño que nos hacemos las mujeres? Nos miramos de reojo y nos criticamos por ser gorda, flaca, extrovertida, dominante o hasta por llevar una falda demasiado corta. ¿No deberíamos reflexionar y cambiar esa actitud? Que todavía, y ya bien entrado el siglo XXI, juzgamos negativamente a una mujer por tener varias parejas pero no lo hacemos del mismo modo con los hombres. Por no decir aquí, el calificativo real que le damos cuando lo comentamos en una reunión tan alegremente con nuestras amistades. De verdad que me parece patético.

Siguiendo con nuestro autorretrato también es cierto que creemos que una mujer debe sacrificarse en el cuidado de sus allegados, ser sentimental y emotiva en los momentos vitales y, por supuesto, femenina. Una mujer que sea independiente, valiente, arriesgada y algo más sutil para manifestar sus sentimientos, la consideramos fría y frívola. Pues, amigas mías, así nos va. ¿Por qué el hombre no puede ser el dependiente y el sensible de la casa?

¿Y el lenguaje? ¿Qué me decís del lenguaje? Cierto es que debo limar ciertos aspectos personales al respecto, pero sí capto relaciones que vienen a confirmar la desigualdad de género en la lengua. Por ejemplo, frases negativas con connotaciones femeninas: “Esto es un coñazo” “La muy zorra”. Y al contrario (en positivo): “Esto es cojonudo” “El muy zorro”. Sin desperdicio, ¿verdad? Y no olvidemos que la Historia ha estado escrita por hombres, con su lenguaje sexista y su visión masculina de los acontecimientos. Creo que la perspectiva de las situaciones hubiese cambiado con ojos y palabras de mujer.

Continuamos con el mercado laboral. A mismo trabajo, menor sueldo. Esto es así y se vuelve a demostrar con los últimos datos publicados que afirman que la mujer cobra un 18% menos que un hombre con la misma responsabilidad. A esto se le suma la historia de la maternidad. En no pocas empresas, una mujer con pareja y en edad fértil, es algo parecido a una apestada. Pero aquí, nosotras estamos más limitadas en nuestra actuación. En este caso es el gobierno con leyes que beneficien a la maternidad el que se debe poner las pilas si de verdad quiere una igualdad real.

En cuanto al liderazgo empresarial no es menos cierto que, si bien la mujer ha logrado llegar a puestos de responsabilidad, sólo el 17% de esos puestos están ocupados por féminas. Y en el caso de la política, otro espacio en el que la mujer ha avanzado, esa igualdad no llega porque las carteras importantes como Interior, Relaciones Internacionales o Defensa suelen estar ocupadas por hombres. Y no hablemos a escala mundial. Parece ser que la política internacional o las negociaciones de paz en caso de conflicto son espacios vetados a las mujeres.

Ahora nos ponemos en un supuesto. Tenemos una hija pequeña y pensamos en su futuro. ¿De qué nos la imaginamos trabajando? No sé lo que se os ha pasado por la mente pero lo cierto y verdad es que sólo el 26% del total de estudiantes universitarios de carreras técnicas y de ciencias son mujeres. Se siguen reproduciendo los estereotipos laborales de hace cincuenta años y eso nos debería hacer seguir reflexionando sobre el tema.

Y os hago otra pregunta. ¿Cuál o cuáles son vuestros libros favoritos? ¿Cuántos de ellos están escritos por mujeres? A pesar de que tenemos escritoras con gran talento y profesionalidad, se quedan atrás al compararlas con hombres escritores. Y si hemos dicho algún libro de escritora, ¿no será esta una historia romántica “propia de mujeres”? 

Cambiemos de tercio. Vamos al deporte. Este es un tema en el que estoy especialmente sensibilizada. Si ya la mujer es invisible en otras facetas profesionales, el deporte es uno en los que se lleva la palma. A pesar de tener campeonas en baloncesto, fútbol, waterpolo, tenis, natación o bádminton, en televisión sólo salen los megatatuados futbolistas y sus circunstancias. Podemos pensar que es porque ganan audiencia o porque “venden” más, pero eso no sería así si las leyes protegiesen al deporte femenino y las televisiones tuviesen una cuota para retransmitir partidos femeninos. Porque se ha demostrado que cuando los han puesto, la audiencia ha sido alta. Eso sí, ¿sabéis cuando sale en los medios de comunicación algo de deporte femenino? Cuando hay polémica detrás. De jugadoras con entrenador (hombre, por supuesto); de entrenadora que “explota” a las deportistas y otras noticias similares.

El deporte de base femenino debe ser especialmente potenciado por los ayuntamientos y por las instituciones educativas. Debemos tener equipos de niñas de fútbol, baloncesto, voleibol o cualquier otro por dos cuestiones: mejorar la salud de la población infantil en su totalidad y conseguir un acercamiento a la igualdad en esta faceta de la vida. Y ahí los padres y madres también tenemos nuestra responsabilidad, nos debemos quitar los prejuicios para no transmitírselos a la siguiente generación.

La mujer en la publicidad y en los medios de comunicación merece mención aparte. El trato denigrante de la mujer como objeto sexual en muchos anuncios, las “caras bonitas” de las presentadoras de televisión (¿alguien se ha preguntado si Matías Prats es guapo?), el tiempo dedicado a noticias cuyas protagonistas son mujeres o la reproducción de los estereotipos de género son elementos que no ayudan a acercarnos a la igualdad. Y no olvidemos el poder que tienen lo medios de comunicación en nuestra sociedad. Son responsables del mensaje que dan y de cómo lo dan.

He querido dejar para el final la cara más dura de la desigualdad. La violencia de género en todas sus facetas. El más poderoso contra el más débil. Nunca justificable y siempre condenada. Es un asunto que afecta a la sociedad y que no debemos pasar por alto. Si conocemos casos de violencia debemos denunciar y no justificar con frases troglodíticas del tipo “los trapos sucios de casa, se lavan en casa”, “es que llegó borracho” y otras que no hacen más que sumar sangre y sufrimiento a las mujeres y a sus familias. Son 24 víctimas las contabilizadas en 2015 en lo que va de año en España y otras no se sabe cuántas que sufren violencia machista psicológica, más difícil de detectar. Está subiendo la violencia de género en la juventud y en la adolescencia y esto es preocupante. No debemos dejar que nuestras hijas, sobrinas o amigas sufran un acoso que tiene nuevas vías de acción como las redes sociales o el teléfono móvil. Y para ello, como en todo, debemos servir de ejemplo y de timón para que el reflejo que nosotras proyectamos no sea machista ni titubeante con la violencia de género.

En un informe reciente de la ONU España suspende en políticas de igualdad. ¿A alguien le extraña? La crisis se ha cebado con el género femenino, se les ha limitado sus ingresos y se ha generado más economía sumergida que no viene más que a incrementar la pobreza femenina. Por otro lado, se han reducido los recursos económicos para este tipo de políticas y no se apoyan las ayudas a la maternidad ni a la conciliación de la vida laboral y familiar. Y para rematar, nuestra Constitución tampoco respalda la igualdad real, nunca mejor dicho lo de “real”. El hombre tiene derecho a reinar sobre la mujer por lo que la única forma de que veamos una reina es que no tenga hermanos. ¿Año 2015? Sin entrar, claro está, en el debate Monarquía-República.

Y ante este panorama tan poco alentador podríamos preguntarnos qué podemos hacer nosotras desde nuestro pequeño mundo. Este ejercicio personal de análisis me está ayudando a estar aún más convencida de que las mujeres debemos coger las riendas de nuestras vidas, conocer la realidad para poder transformarla. La igualdad no es posible si nosotras no nos la creemos. Y cada una desde su minúsculo planeta, con pequeños gestos, puede ir cambiando las cosas. Participando en colectivos tradicionalmente de hombres, haciendo un deporte minoritario de mujeres, inculcándole a su pareja, hijos e hijas el valor de la igualdad y el reparto de las tareas domésticas, no mirando mal a una mujer que no comparta su estilo de vida y, en definitiva, ser valiente e independiente para llegar allí donde cada una se proponga. Las mujeres debemos luchar y ser activistas en cada uno de nuestros espacios para conseguir un mundo mejor, más igualitario.

Y, por supuesto, la igualdad no se consigue sin los hombres. Hombres del mundo, ¿caminamos juntos hacia la igualdad?

domingo, 11 de enero de 2015

Para días grises, besos de colores

Tras los atentados yihadistas ejecutados en París, medio mundo, esto es, occidente, está conmocionado por la barbarie que se ha producido en el país galo. Sin embargo, han sido silenciados los más de 2.000 asesinatos producidos en Nigeria por la organización integrista Boko Haram hace unos días y los más de 10.000 muertos que sumaron en 2014. En trece meses, casi 13.000 civiles han sido masacrados en la nación nigeriana en el nombre de Alá, en el nombre de Dios. Pero, ¿qué dios? ¿Alá, el de los musulmanes? No. No podemos confundirnos.
Bajo el nombre del cristianismo se ha asesinado y realizado pogromos escudándose en Dios y no se pueden justificar sus actos. Tampoco se puede confundir sionismo con judaísmo y por ello, no se puede asimilar el Islam con el integrismo islámico.
Todos los líderes que auspician el sistema occidental, alzándose como defensores de la paz y de la libertad de expresión. Y medio mundo, empezando por los medios de in-comunicación, apoyando sus gestos. Esta es la hipocresía de las relaciones internacionales llevadas al último extremo. ¿Por qué esos mismos que apoyan la libertad de expresión tienen relaciones beneficiosas con China o Rusia, países no democráticos y faltos de libertades? ¿Por qué no condenan con la misma energía lo ocurrido en Nigeria? ¿Por qué Netanyahu encabeza la manifestación cuando tiene a sus espaldas cientos de asesinatos injustificados de niños y mujeres en Palestina? Y podríamos seguir con los porqués.
La violencia lleva a la violencia y no me quiero imaginar una lucha de civilizaciones entre Oriente y Occidente, entre dioses ficticios que nada tienen que ver en las verdaderas relaciones humanas. Pero me temo que este choque se ha producido ya y que seguirá en aumento.


Y no quiero verlo. Quiero negarme a ver crímenes y sufrimiento provocados por gentes sin alma y sin corazón. Me quedo con el París de Doisneau, y su foto “El beso”, con las relaciones humanas donde hay escucha y entendimiento, con colores limpios que pinten los niños y con una vida, quizás agnóstica, quizás atea, pero donde los hombres se alcen por encima de cualquier institución que los represente en nombre de Dios.

¿Mi religión? Los Derechos Humanos.